El gordo bocazas

Posted on agosto 24, 2016 
Filed under Publicado en el diario Las Provincias

Gordo

Quienes no estén muy puestos en quién es quién del mundo ‘abertzale’ seguramente ignorarán que en sus tiempos de clandestinidad el ahora líder de Bildu, Arnaldo Otegui, era conocido con el alias de “El Gordo”. La verdad es que viniendo de una tierra en donde el cruce entre la genética y la gastronomía produce por regla general tipos de complexión más bien robusta, llamarle gordo a un ‘chicarrón del norte’ como Otegui me parece un tanto exagerado. Claro, que no tanto como llamarle –como hizo Pablo Iglesias– “un hombre de paz”.

En cambio, decir que Arlando Otegui es un auténtico bocazas me parece no solo justo, sino hasta necesario. Ya se sabe que los políticos –y Otegui pretende serlo, al menos desde que su paso por la cárcel le hizo ver la conveniencia de abandonar su anterior empleo como secuestrador– se dedican a hablar y hablar, repitiendo las mismas ideas una y otra vez al objeto llevar el debate público hasta el terreno que les resulta más propicio. Pero lo de Otegui, ora lloriqueando porque el aparato represivo del Estado porfía para que no sea candidato, ora chuleándose de que no va a haber policía ni guardia civil que le impida serlo, ora amenazándonos con todo tipo de consecuencias si eso llega a suceder, rebasa lo soportable.

Y es que la cosa es sencilla: para ser candidato hace falta tener la condición legal de elegible, y esa condición no va aparejada sin más a la de ciudadano. El Derecho priva de esa privilegiada condición a muchos individuos a los que considera demasiado inmaduros –los menores–, demasiado indignos –los condenados– o demasiado parciales –los que ostentan otros cargos públicos– como para ejercerla. Y Otegui se encuentra en el segundo de los casos, por la muy convincente razón de que nuestros jueces entendieron en su día que la pena de privación de libertad que se le iba  a imponer por intentar reconstruir el brazo político de la banda terrorista ETA merecía ser complementada con otra adicional por la que se le apartaría del ejercicio de cargos representativos durante un tiempo suplementario.

Es así de sencillo, y es así de lógico. Y sobre todo, es así para todos. Si no, que se lo pregunten al candidato popular a ‘lehendakari’ Alfonso Alonso, que la pasada semana hubo de presentar su dimisión como Ministro de Sanidad para concurrir a las elecciones. Lo hizo sin ruido ni aspavientos, sin ponerse delante de los micrófonos para clamar contra la tremenda injusticia de no poder ser candidato sin antes tener que renunciar al trabajo que le da de comer a sus hijos, y –sobre todo– lo hizo sin que nadie se compadeciese de él, ni clamara contra el excesivo garantismo de la ley electoral. Lo hizo porque la ley se lo exigía, y punto.

Qué bueno sería que en esta nueva etapa de su vida Arnaldo Otegui aprendiera a respetar la ley. Su tránsito de secuestrador a legislador se haría así infinitamente más creíble.

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