Envejecimiento prematuro
Posted on agosto 3, 2016
Filed under Publicado en el diario Las Provincias
Reconozcámoslo: al Partido Popular le ha costado bastante tiempo –buena parte de él instalado en lo más alto del poder central, autonómico y municipal– y mucho dinero –varios millones de euros, hábilmente repartidos– hacerse con la condición de epítome de la corrupción que a día de hoy domina la percepción que de él tienen los varios millones de españoles que desearían verles lejos del gobierno. Y más tiempo todavía le costó al PSOE convertirse en el partido de la corrupción cronificada. De hecho, quienes ya peinamos canas aun recordamos cuando allá por el año 1979 los socialistas pudieron celebrar el centenario de su fundación atribuyéndose sin sombra de rubor “100 años de honradez y firmeza”: algo que incluso teniendo en cuenta que 92 esos cien años los pasaron lejos, muy lejos, de cualquier centro de poder, no dejaba de ser meritorio.
Por el contrario, los jóvenes e impetuosos líderes de Podemos, parecen empeñados en recorrer ese camino que los partidos tradicionales tanto tardaron en culminar con la misma urgencia con la que aspiran a revolucionar nuestro sistema político y a revitalizar nuestras caducas instituciones. Los datos son contundentes: en sus apenas dos años de vida, la formación morada ya ha visto cómo su Secretario de Organización Pablo Echenique ha sido pillado en fuera de juego por no pagar la seguridad social de un empleado suyo; cómo su ex número tres Juan Carlos Monedero ha sido duramente sancionado por su Universidad a cuenta de sus bienpagados informes para la Alianza Bolivariana; cómo su número dos Íñigo Errejón fue sorprendido cobrando una beca cuando nadie en la universidad que se la concedió le había visto jamás el tupé; y cómo las propia finanzas del partido se hallan bajo sospecha –por favor: que nadie se ponga exquisito pidiendo una resolución judicial condenatoria ¿acaso no estamos estamos en la España de los juicios mediáticos?– de haberse nutrido en sus primeros pasos del inagotable caudal del petróleo venezolano. Y ello por no mencionar ese creciente rosario de pequeños chanchullos que ya han empezado a salpicar a las organizaciones regionales de Podemos, y que entre nosotros llevan los nombres de Peremarch y Belmonte.
Se me dirá, claro está, que los mil y pico euros defraudados por Pablo Echenique apenas son calderilla comparados con las cifras de vértigo manejadas en casos como los de Bárcenas, Blasco o Rus, y una mota de polvo en relación con el escándalo de los EREs. Pero frente al argumento de que la corrupción es un problema cuya gravedad depende básicamente de su cuantía, se interponen los argumentos contrarios del tiempo, la intensidad y la oportunidad. Cuando los líderes de un partido roban –permítaseme utilizar este verbo en su sentido más laxo– con tanta rapidez y de una manera tan generalizada, y cuando lo hacen antes incluso de haber llegado a administrar un solo céntimo de dinero público, no queda más remedio que concluir que la nueva política se ha tornado vieja muy, pero que muy deprisa.
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