El dilema ¿moral? de la abstención

Posted on julio 27, 2016 
Filed under Publicado en el diario Las Provincias

Votando

¿Se imaginan una partida de póker en la que las cartas fueran repartidas boca arriba, y cada jugador pudiera saber desde el primer momento qué mano tienen sus contrincantes? No solo sería el envite más aburrido del mundo, sino que sería también el más breve: bastaría una mirada de reojo para constatar quien tiene mejores cartas para que todos los demás jugadores arrojaran las suyas sobre el tapete y se pusieran a otra cosa.

Y ahora ¿se imaginan que en este mismo contexto, uno de los jugadores con peores cartas se atreviera primero a iniciar, y luego a seguir elevando las apuestas? ¿O, rozando todavía más de cerca el absurdo, instara a quienes no tienen sino una miserable pareja de treses, o un modesto trio de seises a plantarle cara a quien cuenta con una escalera de color?  ¿O que acusara de oscuras connivencias con el ganador de la mano a quienes, constatada la inferioridad de su juego, prefirieran retirarse del mismo antes de perder el tiempo, el dinero y la vergüenza?

Pues esta absurda situación es la que llevamos viviendo desde que el 26 de junio las urnas revelasen que si bien Mariano Rajoy no tenía ya el insuperable repoker de ases que los electores le asignaron en el 2011, sí contaba –y con diferencia– con la mejor mano de la mesa. Lo que en un país en el que no puede haber más que un Presidente del Gobierno, equivalía a decir que no había ni hay alternativa posible a su investidura.

El problema radica en la estrategia de demonización del Partido Popular puesta interesadamente en marcha desde la izquierda española en los ya lejanos tiempos del “no a la guerra”. Una estrategia que necesariamente aboca a la justificación de cualquier pacto –si “los números dan” poco importa que éste sea políticamente injustificable, o técnicamente inoperante– con tal de mantenerle en la oposición, y que de propina impone el sambenito de cómplice necesario del mal absoluto a quien por las razones que sean no se avenga a participar en el mismo. Así las cosas, lo que se espera de un buen demócrata no es ya que se niegue a apoyar expresamente al Partido Popular, sino que participe activamente en la conformación de una alternativa –sea cual sea– a sus propuestas, de modo que incluso la simple abstención en una votación de investidura como la que se aproxima constituiría una intolerable complicidad con esa manifestación postmoderna del mal absoluto que en este discurso representa la candidatura de Mariano Rajoy.

Y no: una abstención no es un apoyo, ni mucho menos implica complicidad. Ni tan siquiera simpatía. Una abstención no es sino la constatación de que las urnas han arrojado un veredicto al que si no es políticamente asumible sumarse, tampoco es democráticamente aceptable resistirse. La constatación, en suma, de que otro tiene mejores cartas y no es momento de perder ni el tiempo, ni el dinero ni la vergüenza.

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