Negro sobre blanco

Posted onmarzo 11, 2015 
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Puig y co.

Si hay algo de lo que nuestros políticos huyen cuan gatos escaldados es de explicar, negro sobre blanco, cuál será su política de alianzas una vez se haya cerrado la campaña y se hayan abierto las urnas. Poseídos de una agotadora locuacidad cuando se trata de explicar las bondades de su programa y los males que caerán sobre nosotros si gobiernan sus adversarios, basta con que alguien les pregunte qué harán con sus escaños cuando tras las elecciones llegue la hora de formar gobiernos, para que sus ganas de hablar se esfumen y reaparezca su manoseado catálogo de evasivas. “No contemplamos otro escenario que el del triunfo” (¿viajaría vd. en un barco que careciera de salvavidas porque su capitán no contempla “otro escenario” que el de llegar a puerto?), “Nuestro partido aspira a gobernar en solitario” (y yo a ser millonario, pero mientras eso no suceda toca hacer cuentas), “Habrá que analizar los programas” (¿quiere decir que aun no se ha formado una opinión sobre los programas de sus adversarios?), o “No es el momento de hablar de ello” (¿y cuando lo será?), son algunas de las más afamadas.

Lo que sucede es que si esa estrategia de ocultamiento –solo comprensible desde el tacticismo de quien no quiere descubrir sus cartas, ni parecer poco convencido de su victoria–, nunca fue presentable en un sistema político de perfiles netamente bipartidistas como el que hemos tenido en las últimas décadas, mucho menos lo es en un escenario como el actual, caracterizado por la crisis de las formaciones más tradicionales, la emergencia de otras nuevas, y la improbabilidad de que los resultados electorales arrojen mayorías holgadas a favor de ninguna de ellas. Lo que en otros momentos no habría sido sino una práctica saludable en un sistema con vocación de transparencia, constituye hoy una exigencia ineludible para que el elector pueda acudir a las urnas con las ideas perfectamente claras acerca de lo que va a suceder con su voto veinticuatro horas más tarde. De ahí que la clarificación de los pactos electorales –de cuáles están descartados, cuáles serían plausibles, y cuáles preferibles; de qué condiciones deberían darse en cada caso, de cuáles son los límites y cuál el precio que se está dispuesto a pagar– resulte no solo deseable sino exigible. A todos los contendientes. Negro sobre blanco.

Otro que se peleó con un payaso

Posted onfebrero 25, 2015 
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Monedero

Quizás lo sepan ya, por viejo, pero aun así lo contaré. Me refiero al chiste aquel del tipo que retorna a casa a altas horas de la madrugada. Desvelada, la esposa sale a recibirle, y al encender la luz se encuentra con que su marido lleva el pelo revuelto, la corbata en el bolsillo, los faldones de la camisa fuera del pantalón, y la cara sospechosamente manchada de carmín rojo y rímel negro. Indignada, la esposa se apresta a poner el grito en el cielo cuando el caradura le espeta con el mayor desparpajo: “¡Cariño! ¡No te lo vas a creer: me peleé con un payaso!”.

El chiste terminaba justo ahí; supongo que porque a nadie le costaría imaginarse al marido calavera corrido a escobazos por el pasillo y pasando el resto de la noche –y quien sabe si del mes–, durmiendo en el rellano de la escalera. Aunque pensándolo bien, si en lugar de ser un chiste ya rancio fuera uno más actual, lo más plausible sería que la esposa hubiera solicitado en Comisaría el parte de lesiones y la denuncia correspondiente, o hubiera indagado entre los circos de la ciudad si alguno de sus payasos había aparecido la noche de autos con un ojo morado.

Lo dicho viene a cuenta del modo en el que la mayor parte de nuestros medios han reaccionado a la infumable trola que Juan Carlos Monedero lleva semanas tratando de colarnos. Me refiero, cómo no, al cuento ese de que una entidad bancaria latinoamericana con una abultada nómina de economistas en su plantilla había solicitado de un politólogo extranjero de currículo tirando a discreto y especializado en temas que nada tenían que ver con el diseño de las políticas monetarias un importante informe por el cual habría pagado entre diez y veinte veces mas de lo que es habitual en estos casos, informe cuyas conclusiones nunca llegaron a implementarse, y cuyo contenido sigue sin haber aparecido.

Como el caradura de nuestro chiste, también Monedero parece empeñado en hacernos creer que se peleó con un payaso. Mientras que nuestros medios, en lugar de correrle a escobazos por mentiroso, andan cogiéndosela con papel de fumar mientras discuten si debió tributar como persona física o por el impuesto de sociedades, en éste o en aquel ejercicio. ¡Cosas veredes!

Candidatos

Posted onfebrero 11, 2015 
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Manifestacion2

Hubo un tiempo, desde luego ya lejano, y quizás hasta irremisiblemente perdido, en el que cualquier partido con posibles lanzaba cohetes al aire ante la eventualidad de poder sumar a sus listas de candidatos a un notario de postín, a un catedrático de prestigio, o a alguno de aquellos viejos médicos de pueblo por cuyas sabias manos había pasado ya la mitad del censo de electores del municipio en cuestión. Un tiempo en el que se entendía que la excelencia profesional no tenía porque estar reñida con la sensibilidad social, que solo después de una trayectoria de servicio a la comunidad podía uno atreverse a postularse como su portavoz o su dirigente, y que –perdón por el argumento pro domo mea– si al parlamento se le llamaba “legislativo” quizás no fuera del todo irrelevante saber de leyes a la hora de ser elegido diputado.

Ahora en cambio, diríase que candidatos y candidatables –perdón esta vez por el palabro– pugnan entre si por dirimir quien es el más “normal” de todos, apuntando como méritos principalísimos el haber estado apuntados al paro, el haber servido copas en un bar, o el tener la cuenta corriente más pelada que el privilegiado cráneo del nuevo Ministro de Finanzas griego –como si de ello se fuera a derivar un plus de calidad en su hipotético desempeño como parlamentario–. O, peor todavía, aducen como mérito de especial relevancia su supuesto (y a menudo sobredimensionado) historial de lucha en cualquiera de las incontables “mareas ciudadanas” que con admirable constancia agitan las más diversas reivindicaciones –como si la movilización de un individuo en defensa de los específicos intereses del grupo al que pertenece le habilitara de manera especial para la defensa del interés general de todos, que es al fin y al cabo la tarea de nuestrios parlamentarios–.

Aunque quizás lo más chocante no sea tanto la actitud equivocadamente populista de unos y otros partidos, como la esquizofrenia de tantos y tantos electores, que un día exigen que sus candidatos sean gente corriente, de la calle, y al siguiente lamentan que sus representantes no atesoren, además en grado heróico, las más acrisoladas virtudes cívicas. Y que ignoran que en la de político, como en cualquier otra profesión, el amateurismo puede ser momentáneamente encantador, pero a la larga resulta ser peligrosamente empobrecedor.

Una chica lista

Posted onenero 28, 2015 
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Susana

Cuando en septiembre de 2013 los socialistas andaluces y sus socios de Izquierda Unida encumbraron a Susana Díaz a la Presidencia de la Junta de Andalucía, fueron pocos los que se atrevieron a ponderar sus dotes intelectuales o su sentido de Estado, y muchos en cambio los que apelaron a su acreditada habilidad en el arte del navajeo político y a su inigualable dominio de los entresijos del poder. No en vano, la nueva Presidente contaba ya con una dilatada trayectoria política que le había llevado a ser sucesivamente concejal del Ayuntamiento de Sevilla, Teniente de Alcalde, Diputada al Congreso, parlamentaria autonómica, senadora y Consejera, amén de secretaria de casi todo dentro de su partido –y todo ello, antes incluso de haber cumplido los cuarenta.

Un año y pico más tarde, el empeño de los socialistas españoles por encomendarse a líderes de estatura política cada vez menor e ideas cada vez más peregrinas ha obrado el milagro de convertir a Susana Díaz en la política con más visión de Estado de todo su partido, y en una más que plausible candidata a una poco menos que inalcanzable presidencia del Gobierno. Pero, por fortuna para el PSOE, nada de ello ha mermado un ápice sus anteriores habilidades.

Y para muestra, un botón: el de su decisión de anticipar las elecciones andaluzas al próximo 22 de marzo. Haciéndolo, evita que la previsible debacle del PSOE el 24 de mayo salpique a los socialistas andaluces y les impida seguir cuatro años más en el poder; sorprende al PP en un momento en el que la recuperación económica se ha empezado a vislumbrar en las cifras macroeconómicas pero aun no en el día a día de las familias; carga sobre Izquierda Unida la culpa de haber propiciado la crisis de gobierno; y pilla a Podemos a medio consolidar sus estructuras organizativas en Andalucía. Y, por si fuera poco, le permite alcanzar el sueño de toda madre trabajadora de encajar la fecha de su parto con el periodo de menor carga de trabajo en “la empresa”.

Cosa distinta es, claro está, que sea razonable llevar a los andaluces a las urnas tres veces en un año, o introducir un elemento de confusión más en un curso político tan singularmente complejo. Pero ya se sabe que lo que caracteriza a los buenos políticos es saber pescar cuando más revuelto anda el río.

Los que dicen llamarse Charlie

Posted onenero 14, 2015 
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Charlie

Que ante una masacre como la que la semana pasada ensangrentó las calles de París surja a modo de respuesta una oleada de solidaridad que acabe trascendiendo credos, ideologías y fronteras resulta no solo comprensible sino incluso reconfortante. De modo que nada habría que objetar a ello, si no fuera porque consciente o inconscientemente el lema que más ampliamente ha calado entre quienes han querido hacer patente su horror por la matanza de París no ha sido uno que condene la brutalidad de quienes la perpetraron o incida en la insostenibilidad de sus prejuicios, sino uno instando a ponerse acríticamente en la piel misma de las víctimas: “Je suis Charlie Hebdo

El problema radica en que pocos –muy pocos–, de los que estos últimos días han desfilado tras este lema “son” verdaderamente Charlie.

No lo son, por cobardes, las docenas de medios y los centenares de periodistas –y con ellos, su consabida cohorte de artistas, famosos y celebrities– que durante décadas se han guardado muy mucho de herir la fina sensibilidad de los islamistas a fin de no ponerse en el punto de mira de los más radicales, cuando al mismo tiempo se jactaban de no tener pelos en la lengua a la hora de criticar a otras religiones en general, y a la que profesan la mayoría de sus conciudadanos en particular.

No lo son los talibanes de lo políticamente correcto: esos que hoy ponderan la libérrima creatividad de los dibujantes asesinados, pero que mañana mismo encabezarán la lapidación –de momento solo en sentido figurado– del primer personaje público que haga gala de machismo u homofobia, de racismo o de antisemitismo, o –en determinados lugares de la geografía nacional– incluso de simple españolismo.

Y, por supuesto, no lo son –no lo somos, ya que en este grupo sí me incluiré– quienes pensamos que el desprecio hacia las creencias ajenas constituye una ofensa injustificada cuando éstas son sinceras, y un castigo insuficiente cuando éstas constituyen simples coartadas para matar. Y en consecuencia, que sería mucho más útil combatirlas con la razón que ridiculizarlas sin misericordia. Y que ello es así incluso en aquellos contados casos en los que las ofensas están tan equitativamente repartidas como era la regla en las páginas del Charlie Hebdo.

Relevos generacionales

Posted ondiciembre 19, 2014 
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PedroSánchez

Aunque algún suspicaz pueda pensar que no se trata más que de un vulgar ataque de celos fruto de la crisis de los cincuenta, la pura verdad es que esto tan de moda de los “relevos generacionales” siempre me ha parecido un despropósito. En el peor de los casos, una cortina de humo tras la que esconder eso que siempre se ha llamado una purga, en unos tiempos en los que, desdibujadas todas las ideologías clásicas, ya no cabe el argumento del desviacionismo ideológico para mandar a nadie a Siberia. Y en el mejor, una pobrísima excusa para quitarse de encima a un rival más preparado, más experimentado, y más conocido, con el estúpido argumento de que esa arruguita suya en la frente, o esas patas de gallo junto a los ojos podrían costarle al partido medio millón de votos cada una.

Y es que, a diferencia de lo que sucede con las lechugas, que empiezan a perder sus vitaminas en el instante mismo de haber sido recogidas, y acaban echándose a perder al cabo de unos pocos días, los políticos ganan con la experiencia y –sobre todo– con la contínua confrontación con sus adversarios de la bancada contraria, y con las realidades tozudas del mundo que les (nos) rodea, únicos medios para hacerles transitar hasta esa otra dimensión a la que muy pocos logran llegar que es la de los “estadistas”. Y eso constituye una riqueza íntimamente asociada –quiérase o no–, con la edad.

Cuando la cosa se halló circunscrita a uno u otro de los partidos de nuestro sistema, el argumento displicente del “con su pan se lo coman” pudo bastar. Pero en unos momentos en los que el argumento del relevo generacional ha puesto al volante del PSOE a un tipo tan manifiestamente inmaduro como Pedro Sánchez, y amenaza con colocar a la cabeza de Izquierda Unida a un muchacho de 29 años en cuyo curriculum se destaca el hecho de haber sido el diputado más joven del Congreso –lo que implicará ser también el que menos haya trabajado antes de empezar a mamar de la política– quizás sea precisa una reflexión profunda sobre el tema.

De momento, allá va una pista: se le llama “edadismo”. Y aunque no parezca una enfermedad tan letal como el racismo, el sexismo, o el clasismo –mucho ojo con ella.

La banda del patio

Posted ondiciembre 19, 2014 
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Claustro2

Uno andaba convencido, en su muy maltratada pero aun así persistente ingenuidad, de que los avances en materia educativa de las últimas décadas habían acabado con esa figura otrora omnipresente en nuestros colegios que era la banda del patio. Ya se sabe: esos chulitos de recreo, esos matones de pasillo, esos macarrillas de medio pelo –siempre en plural, porque nunca actuaban solos– que se aplicaban a amargarle la existencia a otros de menos talla, de menos carácter, o con menos amigos, solo para demostrar quién es el que mandaba durante esa escasa media hora que duraba el recreo en esos pocos metros cuadrados que constituían el terreno común de juegos.

Pero héte aquí que la figura no solo no ha desaparecido, sino que incluso se ha hecho la dueña del más venerable de los patios –el que preside, suma paradoja, el humanista Luis Vives– de nuestra más alta institución educativa. Como pudieron comprobar, por si lo habían olvidado, quienes días atrás tuvieron la osadía de proponer un homenaje a San Vicente Ferrer en el Paraninfo de la Universidad de Valencia.

“Quina autoritat acadèmica”–se preguntó esa suerte de banda del patio que se autodenomina Assemblea Interestamental– ha permès aquest acte que compromet el caràcter aconfessional de la Universitat de València?”. Para sostener acto seguido, en una casi imperceptible mutación de su genuino estupor por su más santa –perdón: es una manera de hablar– indignación, que “Homenatjar en seu acadèmica a un sant catòlic, per molt valencià que siga, és un disbarat i una ofensa a la intel·ligència”. Y terminar, con una sutileza más propia de un auténtico Corleone que de un simple chulito de pasillo, que “Seria molt trist haver de manifestar-nos a la porta de casa nostra per a mostrar el nostre rebuig a l’acte en qüestió”.

Y ahí acabó lo que se daba. Porque en esta ocasión la autoridad académica competente no apareció para poner en su sitio a base de coscorrones a estos matones de medio pelo, sino para mandar a su casa a las víctimas de sus amenazas. Eso si… con la promesa de que un día de estos Sant Vicent tendrá un homenaje como Dios manda. Perdón, de nuevo, por la palabra tabú: “una jornada con el rigor científico que requiere un acto académico organizado por la Universitat”. ¿Con la banda del patio subida a la tribuna? Seguro que sí.

Gente común…

Posted ondiciembre 19, 2014 
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DirigentesPodemos

…que hará cosas extraordinarias. Así es como Pablo Iglesias, flamante secretario general de Podemos, ha querido presentar ante la opinión pública a los 62 dirigentes –todos ellos minuciosamente escogidos por él– que en adelante conformarán el todopoderoso Consejo Ciudadano de la formación.

Pero a menos que Iglesias estuviera utilizando la palabra “común” en la cuarta acepción que la Real Academia le brinda, en tanto que sinónimo de “bajo y despreciable” –hipótesis que supongo debería ser descartada–, mucho me temo que la idea que el líder de Podemos tiene de que seamos los españoles se halle un tanto distorsionada. Y es que de sus 62 elegidos –con él, 63– no menos de cincuenta y cinco (el 87%) manifiestan contar con estudios superiores, cuando en España solo el 31% de la población ha pasado por la Universidad; veintiuno (el 33%) han estudiado y/o son profesores de la Complutense de Madrid, en un país que tiene abiertas 51 universidades públicas y 32 privadas; doce (el 19%) han cursado o enseñan Ciencias Políticas, el doble de los que han estudiado Derecho y cuatro veces más que los que cursaron Economía; y una veintena (el 31%) son madrileños o viven en la capital de España, en una lista en la que no hay más que dos valencianas y dos gallegos, no hay un solo vasco, y los catalanes han de ser buscados con microscopio. Un equipo en el que hay más historiadores que trabajadores autónomos, y en el que no consta un solo empresario –ni grande, ni mediano, ni siquiera pequeño–, ni tampoco un agricultor, ni un taxista, ni un albañil, ni un tendero.

Salta a la vista que la torre de marfil en que Pablo Iglesias ha habitado toda su vida –la que se extiende de las aulas universitarias a los pasillos de la eurocámara, pasando por los platós de televisión–, debe tener unas ventanas sumamente estrechas. De manera que el grupo de ungidos del que se ha acabado rodeando –cerrado, homogéneo, endogámico, integrado por clones de si mismo– se parece a una casta tanto o más que la clase dirigente a la que se supone iban a combatir.

¿Gente común? Va a ser que no. ¿Que hará cosas extraordinarias? Ya se verá. Pero de momento nihil novum sub sole.

Jugando con las ideologías

Posted ondiciembre 19, 2014 
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Podemos

Sin perjuicio de que por alguna parte conste el dato exacto, calculo que el número de los españoles que aun no ha llegado a cumplir los veinticinco años debe estar en torno al treinta por ciento del censo. Si a este porcentaje sumásemos el de aquellos que en noviembre de 1989 aun no tenían edad para comprender el mundo en el que se hallaban viviendo, podría sostenerse que la caída del Muro de Berlín constituye para casi la mitad de los españoles un acontecimiento tan ajeno a sus propias experiencias vitales como para quien suscribe pudiera ser el Desastre de Annual. Y, en consecuencia, el mundo al que este acontecimiento histórico puso definitivamente fin –el del telón de acero, el del imperialismo soviético, el de la amenaza nuclear, el de la Europa dividida…– un capítulo cerrado y archivado de una historia ya remota.

Solo eso –aunque tampoco descartaría las consecuencias de la muy deficiente formación de nuestras jóvenes generaciones, agravada con la desmemoria selectiva de muchos de nuestros intelectuales– serviría para explicar que ante la crisis económica en curso aun haya quienes se atrevan a proponer como solución la estatalización de tales o cuales sectores económicos, el control de salarios y de precios, y la colectivización de la propiedad privada; que ante la actual crisis de nuestro sistema político algunos cifren la salvación del país en un tipo con coleta que no tiene problemas en cantar “La Internacional” mientras otro enarbola una bandera roja y un retrato de Lenin; o –en fin– que la mayoría vea como lo más democrático del mundo el establecimiento de un tupido sistema de “círculos” –“soviets” se les llamaría si viviésemos en la Rusia de hace una décadas– encaminado a controlar de cerca de los detentadores del poder para conjurar todo posible desviacionismo. O que a pocos se les ponga la mosca detrás de la oreja cuando el líder de una formación creada para profundizar en la democracia participativa se estrena exigiendo de sus militantes que pongan sin rechistar en sus manos todo el poder del partido.

Falta memoria, pues. Cuando menos, para recordar que los antepasados ideológicos de estos sujetos llegaron al poder, sí, gracias a unas elecciones. Pero que hizo falta medio siglo y una revolución –varias, en realidad– para echarlos de ahí.

Catalonia: time for firmness, time for common sense

Posted ondiciembre 19, 2014 
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Estatut

Three hundred years ago, on September 11, 1714, the city of Barcelona fell into the hands of the Bourbon troops commanded by the Duke of Berwick. Having supported the claim of Archduke Charles of Habsburg in his dispute for the Spanish throne, the triumph of the French candidate Philippe de Bourbon meant for Catalonia the loss its own legal system and its institutions of self-government, and for the entire Spain the establishment of a strong centralist regime whose consequences lasted until the very beginning of the Spanish transition to democracy, only four decades ago.

Although the War of Spanish Succession was essentially a dispute over continental hegemony between the major European powers of the time, and in no way a war between Catalonia and Spain, the myth of September 11 –declared the «National Day of Catalonia» already in 1980, and dotted with mass demonstrations of an increasingly reivindicative tone ever since–, has become the symbol of the loss of Catalan liberties at the hands of the Castilian invaders. And therefore, the conmemoration of his tercentenary throughout this whole year, the triggering factor of a supposedly irreversible process leading to the final emancipation of Catalonia.

For sure, the construction of a fictional story plagued by episodes that should demonstrate the centuries-old struggle of the Catalan people for their indepencence had to be supplemented in order to be fully effective with the construction of a memorial of equally fictitious grievances, intended to demonstrate the impossibility of Catalonia remaining  a part of a country that is systematically appropriating the taxes of its citizens in order to have them squandered in other parts of its territory, despising its culture and language, and trimming up to unbearable extremes its much cherished capacity for self-government.

Nothing, however, could be further from reality. Even after the cuts made by the Constitutional Court in the 2006 Catalan Statute in order to bring it to compliance with the Spanish Constitution, Catalonia enjoys today more autonomy than ever before in its history, and more powers and wider institutional arrangements that most of the territories of the federations that exist in Europe –let alone, other parts of the world–. Catalan cultural peculiarities and language are fully respected and promoted as never before had been –even if the Spanish language, felt as something of their own by many Catalans, is marginalized in education, media and institutions under the control of the Catalan government–. And if Catalonia is a net contributor to the state budget, it is widely benefitted from the investment carried out in the national territory, while also enjoying the advantages associated with being a part of a market of nearly fifty million.

So the problem of Catalonia is by no means Spain. If only because it is Spain who ensures Catalonia’s safety –does anyone believe that an independent Catalonia would be able to afford a serious army?–; Catalonia’s integration in Europe –since it has become abundantly clear that the secession of Catalonia would automatically mean leaving the European Union–; Catalonia’s financial stability –since it is Spain who is actually ensuring the solvency of an almost bankrupt Catalan Government before the international financial markets– and even the full enjoyment in the territory of Catalonia of many individual rights, permanently threatened by the obsessive nationalist policies developed by the authorities in St. James Square.

That despite all this, the relations between Catalonia and the rest of Spain have arrived so dangerously close to the point of no return –with a referendum called for November 9 and maintained in a blatant law fraud, despite the express prohibition of the Government of Spain, supported by the Constitutional Court–, has a complex explanation, in which too many factors are intertwined. But certainly some deserve to be underlined: an educational system run for their benefit by the nationalist parties in power, that for no less than three and a half decades has been filling with myths and prejudices the mentality of the younger generations of Catalans; a public television system fully at the service of nationalism, in which linguistic and even political pluralism is conspicuously absent; an intelligentsia domesticated and purchased by a permanent flow of public subsidies; and especially, a second-class political “elite” that has seen in the achievement of independence the best way to fill their biggest ambitions, and in the long route towards it the perfect excuse to conceal their inefficiency and hide their corruption. Although in no way is it exempt from blame a central government, both when it was in the hands of the Socialist Party and when in those of the Popular Party, who has always followed the maxim that nationalism can only be appeased with concessions, though it was proved long ago that the concessions given one day ended up being the departing point for tomorrow’s claims, and the door to new dissatisfactions and increasingly unsustainable demands.

So, that this point of no return is exceeded or not in the coming days will depend equally on the firmness of the government in preventing any breach in the law in the coming days, and on its imagination when looking for consensual solutions in the near future. And, of course, on the Catalan people’s common sense. Or, as they like to say, on their «seny».

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