Un panorama inédito

Posted on diciembre 9, 2015 
Filed under Publicado en el diario Las Provincias

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Los datos son los que son: las del próximo 20 de diciembre serán las decimosegundas elecciones parlamentarias celebradas en España desde el inicio de la transición. De las once verificadas hasta la fecha, cinco –las de 1982, 1986, 1989, 2000, y 2011– brindaron al partido vencedor –el PSOE en las tres primeras ocasiones, y el PP en las dos últimas– una mayoría absoluta, si no en votos, si al menos en escaños, que redujo a un puro trámite la elección de un nuevo Presidente del Gobierno; y las otras seis proporcionaron al partido ganador mayorías tan cercanas a la absoluta –solo la primera victoria de Aznar se materializó con menos del 45% de los escaños– que convirtieron cualquier alianza en su contra en una quimera tan impracticable como indeseable. En consecuencia, todos nuestros gobiernos han dispuesto de un respaldo parlamentario lo suficientemente amplio y sólido como para no haberse visto nunca en riesgo de caer por causa de una moción de censura, ni han tenido que recurrir nunca una disolución anticipada de las cámaras ante la imposibilidad de aprobar sus proyectos de ley o sus presupuestos. Y adicionalmente, todos nuestros gobiernos han sido hasta ahora rigurosamente monocolores, y todos ellos –con la sola excepción del breve interregno de Calvo Sotelo, entre 1981 y 1982– han estado encabezados por el líder del partido más votado en las elecciones precedentes.

Pero las expectativas de futuro también son las que son, y las que todos los medios dan por más probables apuntan a que el 20-D va a saltar por los aires el primero de los elementos que han definido nuestra vida política desde el inicio de la democracia, y que es probable que con él se esfumen también varios –o incluso todos– los restantes. Si el 20-D ningún partido alcanza la mayoría absoluta, ni se queda medianamente cerca de la cifra mágica de los 176 escaños, es poco probable que volvamos a tener un gobierno monocolor; y si lo tenemos, es menos probable todavía que vaya a ser un gobierno estable, capaz de surcar con un mínimo de tranquilidad los cuatro años de legislatura que le esperan. De hecho, si hemos de atender a algunos rumores cada vez mas persistentes, incluso habría que considerar la posibilidad de que su presidente no fuera a ser el líder del partido ganador. Y, definitivamente, la plausibilidad de todas estas opciones se incrementaría exponencialmente si, como otros apuntan, el próximo ejecutivo no fuera a ser monocolor sino de coalición.

El problema radica en que 38 años de bipartidismo, de mayorías absolutas o cuasi-absolutas, de ejecutivos monocolores, y de liderazgos cuasi-presidencialistas nos han dejado escasamente preparados para entender las dinámicas de un gobierno de coalición; al tiempo que los muchos desatinos de los pocos gobiernos de este tipo que se han verificado a nivel autonómico nos han dejado incluso menos predispuestos todavía para saber apreciar sus virtudes. Y visto lo visto, mucho me temo que apenas nos quedan doce días para salvar esa importante carencia.

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