¿El dedazo? Bien, gracias

Posted on noviembre 18, 2015 
Filed under Publicado en el diario Las Provincias

Dedazo

Si hay algo que se ha convertido en santo y seña de las nuevas formaciones políticas en estos últimos años –hasta el extremo de ser considerado por alguna de ellas como conditio sine qua non para entrar en posibles pactos postelectorales– ha sido la institucionalización de las primarias como método para la designación de candidatos. Frente al clásico “dedazo”, y a sus bien conocidas secuelas –intromisiones intempestivas de las direcciones nacionales de los partidos en la confección de las listas, altos cargos caídos en paracaídas, candidatos cuneros, y demás fauna– las nuevas formaciones políticas llamadas a renovar nuestra democracia se erigieron en firmes defensoras de la participación política de sus bases, y elevaron a las primarias a la condición de infalible test con el que calibrar la pureza democrática de propios y extraños.

Solo que llegado el momento de pasar del dicho al hecho, el panorama no puede ser más desalentador. Candidaturas “en plancha” por las que el militante queda obligado –o al menos, intimado– a avalar en su totalidad al equipo de confianza de su máximo dirigente, so pena de sumir al partido en una crisis de liderazgo; puestos expresamente reservados para los candidatos que señale la dirección nacional del partido; porcentajes de participación exiguos, que hacen dudar de la autentica representatividad de las opciones seleccionadas; triunfos “a la búlgara” que hacen dudar de la existencia de una competitividad real; “fichajes” de última hora que postergan a los preferidos por las bases en beneficio de supuestas “estrellas” de la política, que a menudo no aportan al partido sino unos minutos de atención mediática; misteriosos y a menudo indescifrables “factores de corrección” que postergan a unos y aúpan a otros en las listas; indagaciones curriculares de última hora que descabalgan a los candidatos de su puesto en las listas sin garantías de ningún tipo; pactos preelectorales negociados entre bastidores y rara vez refrendados por las bases, que desbaratan el orden de los candidatos salidos de las primarias y convierten el agua de borrajas las preferencias de sus militantes. Y como colofón –démosle tiempo al tiempo– candidatos que durarán como diputados apenas el tiempo justo para saltar a otros empleos de más relumbrón que calentar un escaño.

Así las cosas, uno casi preferiría que se volviera al viejo sistema del dedazo –“esta es mi gente, este es mi equipo, y lo quiero a mi lado en el Congreso”– que al menos tenía la virtud de la claridad y de la coherencia. Porque este sistema de primarias con freno y marcha atrás –que diría en genial Jardiel Poncela– no es ni carne ni pescado; resta consistencia a los equipos sin garantizar la representatividad a las candidaturas, generando en cambio malestar, confusión, y una insoportable sensación de engaño. Y es que en política nada hay mas rechazable que jugar con las cartas marcadas. Y a la hora de hacer las listas, nada hay mas cierto que aquello de que “el que parte y reparte, se queda con la mejor parte”.

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