Entre la fiesta y la protesta

Posted on octubre 7, 2015 
Filed under Publicado en el diario Las Provincias

Catalanistas

Si el asunto no fuera verdaderamente serio, habría mandado una amable carta a quienes estos días andan buceando en nuestra historia reciente y remota tratando de delimitar con rigor cuáles son las tradiciones más arraigadas en torno a la festividad del 9 d’Octubre, para sugerirles que dejaran de revolver archivos y desempolvar legajos y se concentraran en lo que de verdad interesa a los valencianos en este día. Que no es sino madrugar lo suficiente como para situarse en el lugar más visible del trayecto por el que más tarde discurrirá la procesión cívica, y verter sobre quienes por él circulen los insultos más obscenos y más hirientes que quepa imaginar. O, en el mejor de los casos, usar en beneficio propio la fiesta de todos los valencianos para hacer patente ante los medios, ante las autoridades y ante el público en general sus particulares cuitas, en forma de pegatina, pancarta, camiseta, banderola o simple grito. De modo que más que de Te Deums e himnos, esa nueva regulación del 9 d’Octubre que nos anuncian esos mismos que se pasaron media legislatura acusando al Partido Popular de estar manoseando nuestros símbolos, de lo que debería ocuparse es de delimitar con exactitud desde qué esquinas se podrá injuriar a los mandatarios de turno, homologar debidamente los insultos que se vayan a usar, y establecer en que fachadas se podrían colgar que cosas.

Porque, no nos engañemos: si algo ha sido el 9 d’Octubre desde que los valencianos recuperamos la democracia y el autogobierno, ha sido una oportunidad para el desahogo, para la ira, y en algunos casos hasta para la violencia. Todo ello en detrimento de una fiesta que debería servir para todo lo contrario: celebrar lo que hemos logrado, reforzar nuestro sentido de pueblo, y lucir con orgullo nuestros símbolos y nuestra historia. El resultado de ello es que la fiesta de todos los valencianos sigue siendo a día de hoy más una oportunidad para la confrontación que para la celebración, sin que ninguna otra de las citas de nuestro calendario festivo –ni del religioso, ni del laico– sirva para compensar esa carencia, y que en consecuencia muchos valencianos opten ese día por pasar la mañana en lugares menos conflictivos.

Pero por desgracia, en esta urgente tarea de dignificar el 9 d’Octubre, ni el trasnochado anticlericalismo del alcalde Ribó empeñándose en que la Reial Senyera no pise suelo sagrado, ni la permanente puesta en cuestión de nuestros símbolos por parte de su partido, son de mucha ayuda. Sí lo sería, en cambio, dignificar nuestras instituciones, abrirlas a todos los valencianos –y no solo a los que comulgan con el credo del gobierno de turno– y, sobre todo, vehicular cauces asequibles y efectivos para la participación política y para la expresión del descontento, que no pasaran necesariamente por ensombrecer la fiesta de todos los valencianos con reivindicaciones –doy por sentado que legítimas, y hasta justas– que mejor harían utilizando los otros 364 días del año para airearse.

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