Cataluña: que gobierne quien pueda

Posted on septiembre 30, 2015 
Filed under Publicado en el diario Las Provincias

Artur Mas

Artur Mas llevaba años reclamando un plebiscito sobre la independencia de Cataluña, y es forzoso admitir que al final ha acabado saliéndose con la suya. Después de una campaña en la que todo lo que no girara en torno a la disyuntiva constitución vs. secesión fue quedando cada vez más relegado a un segundo plano; merced a unos índices de participación que ni los mas ancianos del lugar recordaban haber visto; y sobre la base de unos resultados que han castigado severamente a quienes durante todo este tiempo más se habían empeñado en mantenerse de perfil ante la cuestión de la independencia –léase: Unió en la derecha, y Podemos en la izquierda– el resultado del 27S constituye lo más parecido a un referéndum sobre la independencia que se haya celebrado nunca en Cataluña. Y con solo 1.9 millones de votos a favor, sobre un censo de 5.3 millones de electores, forzoso es concluir que Mas lo ha perdido.

Pero sucede que, por el mismo precio, Cataluña celebró el 27S también unas elecciones autonómicas. Unos comicios encaminados –como cualesquiera otros– a determinar la composición de un parlamento, a investir a un Presidente, a delimitar un programa de gobierno, a vertebrar una administración autonómica, a establecer las líneas maestras de un presupuesto, y, en fin, a hacer posible que se gobierne. Solo que nada de eso parece posible a día de hoy en la Cataluña que Mas –¿podemos ya hablar de él en pretérito?– va a dejar en herencia a sus ciudadanos. Además de un partido mermado, una sociedad polarizada, y una administración endeudada, el aventurerismo de Mas nos ha legado un parlamento ingobernable, en el que las profundas líneas de fractura que separan a constitucionalistas de nacionalistas hacen inviable tanto un gobierno de derecha como uno de izquierdas; en el que si aquellos carecen de mayoría para gobernar, éstos –una vez desbaratada, aunque solo sea de manera transitoria, la aventura secesionista–, carecen de programa para hacerlo; y en el que ni siquiera sabemos cuál es el partido de la mayoría, cuál es su líder y con cuantos escaños va a poder contar.

Así las cosas, todo hace presagiar que de aquí a bien poco volverán a sonar en Cataluña voces que pidan unas nuevas elecciones –las cuartas en diez años– a fin de conformar un gobierno viable. Solo que eso sería el pasaporte más seguro para una nueva espiral de polarización en la sociedad catalana, para un nuevo aplazamiento de los graves problemas que la atenazan, y seguramente para una repetición de los resultados –escaño arriba, escaño abajo– del 27S. Porque después de tantos años quejándose de que a Cataluña no la dejaban decidir, lo que salió el domingo de las urnas no fue sino la prueba de que Cataluña esta hoy indecisa.

De modo que toca gobernar. Despertar de la pesadilla identitaria y empezar a preocuparse por los problemas de la gente. Avanzar propuestas, tomar decisiones, cosechar éxitos, asumir errores. Lo normal, en un país normal, que diría Mas.

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